Lavar el Arroz.

Rocketeam
5 min readMay 5, 2022

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Meditar es imposible cuando tienes trastorno por déficit de atención. A mi eso de meditar me lo han tratado de enseñar varias veces y jamás ha pegado.

Durante la segunda mitad de la década de los noventa, una gran oleada de lo que yo llamo cosas de hippies descendió sobre México. De la nada la gente comenzó a practicar el Yoga en las grandes ciudades y en cualquier esquina veías los libros de Osho y de Deepak Chopra. Las señoras de dinero se metieron en la Kabbalah, pero solo los Sábados cuando se reunían al brunch, porque el domingo ya estaban de regreso en la iglesia del campestre. Los rockstars de la nada ya eran budistas y se comenzaron a vender inciensos hasta en el super. Coyoacán fue una zona muy fértil en ese tiempo. Era donde los mariguanos viejos y los bohemios nuevos se rodeaban de cafeterías y librerías místicas. Pues fue en este lugar y momento donde mi madre aprendió sobre la meditación, y desde ese momento se convirtió en parte esencial de su vida. Es algo obvio mencionar que varias veces intentó enseñarme y hacer que meditara pero su esfuerzo fue en vano.

La meditación consiste en dejarse llevar. Te sientas en silencio durante 20 minutos y supuestamente, tu mente empieza a tranquilizarse de forma natural. A veces repites un mantra y finalmente, si lo haces bien, llegas a un punto de silencio expansivo, y tu cuerpo se inunda de una sensación cálida y agradable.

¿Te das cuenta que pedirle a un niño de seis años con déficit de atención, que se siente en silencio por 20 minutos es similar a pedirle a un gato que vaya al oxxo por unas cocas? Nunca sucedió. A mi, el mundo me llamaba muchísimo la atención, no podía cerrar los ojos ni por un minuto cuando había tantas imágenes, colores y texturas a mi alrededor. El déficit de atención no significa que no puedas poner atención a algo, significa que no puedes controlar a qué le pones atención. Para hacerte el cuento más corto, durante las meditaciones yo solo exploraba lo mas que podia mi alrededor antes de que me regañaran por no meditar.

Así fue el resto de mi juventud, de vez en cuando terminaba en una situación donde había que meditar y pues simplemente no se podía. Yo me daba cuenta que a las personas que meditaban les iba bien, no se angustiaban tanto y lei sobre estudios donde la meditación ayuda a excombatientes a lidiar con la depresión y el estrés postraumático. Y también hace que los estudiantes sean más productivos y, en general, menos propensos a matarse entre ellos. En algún punto intenté participar en meditaciones guiadas, pero como un turista perdido, yo me separaba del grupo y nunca llegaba al clímax de la expedición. Cuando intenté la meditación para encontrar tu animal de poder (una meditación muy famosa y popular en ese entonces) lo único que encontré donde usualmente te esperaba un lobo o un águila, fue un pay de calabaza.

Eventualmente llegué a la adultez sin haber meditado y como todo adulto independiente, comencé a cocinar. Y pues cocinar es otro pedo, requiere de toda tu atención, un poco como manejar: son situaciones donde el estrés te mantiene atento a la tarea. Un día compré una arrocera en el mercado japonés, esa cosa me iba a salvar la vida porque yo no paraba de quemar el arroz cuando lo hacía en la olla, debo decir que en retrospectiva, esa fue una de las mejores compras que he hecho en mi vida, por que cuando usas una arrocera, tienes que lavar el arroz y cuando yo comencé a lavar el arroz, aprendí a meditar.

El nombre japonés de la técnica para lavar el arroz es togu, la misma palabra que se utiliza para afilar un cuchillo con una piedra de afilar. Es un proceso vigoroso que implica repetidos enjuagues hasta que cada grano de arroz tenga la forma perfecta y el agua de enjuagar salga clara. Es repetitivo y es tardado y las primeras veces que lo hacía lo odiaba. Pero persistía porque quería lograr el arroz ideal, y en una de esas lavadas, con la mirada hundida en la olla de arroz, con mi mano girando los granos, mi mente se dejó llevar por el sonido y medite.

David Lynch tenía razón cuando dijo que la palabra “único” debería reservarse para esta experiencia. Te lleva a un océano de conciencia pura, de conocimiento puro. Pero es familiar; eres tú.

Cuando lavas el arroz debes medir la cantidad según tu arrocera, después llenas la pequeña olla con agua y con tu mano comienzas a mover los granos en el agua. El primer enjuague siempre sale turbio por que así son los pensamientos que viven en la superficie de la mente, son turbios y sucios por que son la nata de toda la mierda que te ha sucedido hasta este momento. Así sale el agua, opaca y sucia. Tiras el agua pero en el proceso debes cuidar que no salga ni un grano. En Japón te enseñan desde chico que “Cada grano de arroz contiene siete dioses de la fortuna” y por eso el arroz no se desperdicia. Así que debes tener paciencia y decantar el agua despacio, sin movimientos bruscos, siempre cuidando cada grano de arroz así como cada pensamiento.

El segundo enjuague ablanda la situación, sientes entre tus dedos cada grano y el sonido que crea lavarlos es como el océano, son las olas del subconsciente que que invitan a entrar, a dejarte ir con la marea. Tiras el agua sucia cuidando cada grano de arroz, son pequeñas responsabilidades que has aceptado. A partir de este momento dejas de contar los enjuagues porque estás en trance. Tu mente, al igual que el agua, es cada vez más clara y comienzas a distinguir los granos, el remolino dentro de la olla es un vórtice a otra dimensión y el sonido te ha metido a altamar. A partir de ahora navegamos como los marinos antiguos, con pura fe izamos las velas y nos vamos con el agua. Te enfocas en cada grano y su ciclo, el agua clara te deja navegar sin ideas, y en el mundo real ya han pasado varios minutos pero en la olla de la arrocera está el universo entero hablándote, y comprendes lo insignificantes que somos en este momento de nuestra existencia y la angustia sale con otro enjuague. Y así y así hasta que cada grano ha sido pulido en este océano casero que has creado con tu brazo, como Dr. Strange abriendo portales. Y comienzas a cerrar los portales, y el movimiento y el sonido se comienzan a apagar hasta aterrizar frente al fregadero. El último enjuague es la despedida, cuando tiras el agua por última vez te das cuenta si algún grano escapó de la gravedad del pensamiento o si mantuviste tu promesa a los siete dioses de la fortuna. Tu mente estará clara hasta la próxima vez que necesites hacer arroz.

Por cada taza de arroz de sushi, se utiliza una de agua. Arroces más largos necesitan más agua pero no me la he aprendido de memoria. Las mejores arroceras son de marca japonesa, ellos llevan décadas perfeccionando ese invento. Mi madre sigue meditando en cada oportunidad que tiene.

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