La Dosis

Rocketeam
5 min readApr 15, 2022

Esteban se levantó temprano. Era el cumpleaños de Elena y él estaba decidido a comprarle el regalo perfecto, lo había planeado por mucho tiempo. Tenían cinco años de novios y un par de años viviendo juntos, habían pasado por buenos y malos ratos, en realidad más malos que buenos, pero lo importante es que los habían pasado juntos. La amaba y estaba dispuesto a lo que fuera para verla feliz, incluso si esto significaba conseguir lo que ella tanto anhelaba.

Esteban llevaba casi un año ahorrando para esta ocasión, cada quincena guardaba una fracción de su miserable pago en una lata de chocomilk que escondía en su armario, pero aun después de todo este tiempo le faltaba la mitad del dinero que requería.

— Chingadamadre — pensó mientras contaba los sucios billetes una y otra vez, como si mágicamente se fueran a replicar en sus manos. Sacó de la misma lata un reloj de oro viejo. Lo inspeccionó con nostalgia, lo guardó en su bolsillo y salió a la calle.

No te puedo dar más de trescientos créditos — explicó el hombre detrás del vidrio blindado. Sus ojos cansados se veían gigantescos detrás de sus lentes de joyero. Esteban dudó por un momento mientras observaba el reloj, en la parte trasera se podía leer Esteban Rentería, el nombre que había heredado de su abuelo. Si vendía ese reloj, el nombre sería lo último que quedaría del viejo.

Está bien — asintió con dolor en el pecho.

Acarició el reloj por última vez antes de dejarlo en la charola. El joyero sacó un fajo de billetes de la caja, lamió su dedo pulgar y comenzó a contar los trescientos créditos. Esteban sabía en su corazón que el abuelo hubiera comprendido.

La dosis era cara por dos razones. La primera era la gran demanda. Como toda tecnología nueva, todos la querían. La segunda era el proceso. Se rumoraba que una sola dosis necesitaba nueve meses para prepararse así como grandes cantidades de ingredientes que eran muy difíciles de conseguir. Obviamente las celebridades y los millonarios tenían acceso casi semanal. Solo faltaba con seguirles en las redes sociales para ver la forma en la que desperdiciaban las pequeñas ampolletas rosas en sus fiestas extravagantes mientras que otras personas pedían préstamos al banco para poder obtener una sola dosis.

En la ciudad solo había un lugar que la vendía. Elena y Esteban habían visitado la tienda varias veces para leer los panfletos y ver los videos comerciales. Las ampolletas se guardaban en una bóveda y no salían hasta su venta, así que la tienda era más como un lujoso restaurante vacío donde la gente se juntaba a soñar todo lo que harían si pudieran tener una dosis. La tienda se encontraba en un exuberante centro comercial con jardines colgantes y cascadas artificiales donde vivían garzas entrenadas que miraban a los compradores con aburrimiento. Esteban estaba seguro de que no era ninguna coincidencia que las garzas de la cascada eran del mismo tono de rosa que las ampolletas.

Cuando Esteban llegó al centro comercial todavía era muy temprano y la tienda estaba cerrada. Pequeños grupos de visitantes merodeaban la fachada esperando. A la diez en punto, un hombre de traje negro y corbata rosa abrió las pesadas puertas de acero inoxidable y la gente comenzó a pasar a la tienda a sentarse en los sillones. Las grandes pantallas ya estaban encendidas y pasaban comerciales del producto uno tras otro. Los panfletos se encontraban acomodados en una mesa de vidrio en el centro de la tienda y se podía escuchar “Happiness Is Pink” la canción que había escrito Katy Perry especialmente para la venta de este producto. Esteban se preguntó si los empleados ya odiaban la canción de tanto escucharla.

Se dirigió al mostrador donde la cajera lo miraba con una mezcla de asombro y curiosidad. Esteban vestía pantalones de mezclilla sucios con manchas de aceite y una sudadera gris con el logotipo del taller mecánico donde trabajaba. Los guardias de seguridad se acercaron a él sin detenerle, solo lo observaban con cautela.

Quisiera comprar una dosis — Murmuró Esteban a la cajera que no parpadeaba.

Perdón, ¿cómo? ¿en qué te puedo ayudar? — preguntó la cajera un poco incrédula.

Quiero comprar una dosis — Repitió Esteban un poco más fuerte.

Los guardias de seguridad no le quitaban la mirada.

¿Y cómo piensas pagar? — preguntó la cajera.

Así — Esteban sacó de su bolsillo el fajo de billetes y lo golpeó contra el mostrador.

La cajera, sorprendida tomó el dinero y lo comenzó a contar, observando cada billete con desconfianza. Los pasó bajo la luz ultravioleta y cuando no pudo sospechar más se dio la vuelta y entró en la bóveda. Cuando regresó con una pequeña caja rosa, una multitud ya se había formado alrededor del mostrador. Los guardias de seguridad ya habían olvidado a Esteban y se preocupaban por mantener a la multitud controlada. La gente empujaba y se estiraba intentando presenciar esta transacción. La tienda rara vez lograba vender más de una ampolleta al día, así que cuando sucedía era todo un suceso.

¿Podría envolverla para regalo? — preguntó Esteban.

Para regresar a la casa tomó un Uber, algo que solo hacía en emergencias. Aunque había guardado el paquete en su mochila, no quería arriesgarse en el camión, muchas personas le habían visto comprarla. En su mano sujetaba un panfleto del producto que tomó sin pensar al salir de la tienda.

Ahh, la dosis…qué locura, ¿no cree? — le preguntó el chofer al ver el panfleto en su mano.

Sí, qué locura — respondió Esteban mientras doblaba el panfleto.

El chofer siguió –Yo como que no entiendo cómo chingaos le hicieron los científicos para hacer eso.

Esteban solo asentía con la cabeza

Osea es que no hace sentido. ¿Cómo chingados lograron embotellar la felicidad?— preguntó el chofer.

Sí, está cabrón — respondió Esteban, cortante.

Me acuerdo cuando salió en la tele la primera vez, el clon de López Dóriga lo anunció y pues nadie se la creía — El chofer del Uber comenzaba a incomodar a Esteban. — Luego la Marta Higareda se inyectó la dosis en vivo y se puso a reír como loca y pues todos nos sacamos de onda primero, pero luego estuvo chido ¿se acuerda de los memes que le sacaron?

Esteban no contestó pero recordaba muy claramente todo lo que mencionaba el chofer. Todos los artículos en las redes sociales, Higareda, los memes, la presidenta Denise Dresser hablando de la dosis en una rueda de prensa, más memes. Y finalmente cuando abrieron la tienda en la ciudad, y la creciente curiosidad de Elena, que no hablaba de otra cosa.

Cuando Esteban llegó a su casa, abrió el paquete y sujetó la felicidad entre sus dedos. La ampolleta era mucho más pequeña de lo que había imaginado pero prometía mucho. Después de analizarla un rato, la regresó a su caja y sacó las instrucciones: Intravenosa, no se utilice si está embarazada o tiene problemas renales, una dosis dura 48 horas. No exceda más de una dosis cada cinco días. Guardó todo de regreso en el paquete y lo puso sobre la mesa. A su lado colocó una caja de vino y dos vasos. Todo estaba listo para esa noche. Elena sería la mujer más feliz del mundo…al menos por 48 horas.

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